Crece la desconfianza en las instituciones del Estado nacional

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26 de abril de 2024
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Crece la desconfianza en las instituciones del Estado nacional

Por: Wilfredo Díaz Arrazola (Ingeniero Agrónomo)

“La confianza institucional es un factor clave para la sociedad y unos de los requisitos fundamentales para una buena gobernanza en pos del desarrollo económico” (Putnam, Leonardi y Nanetti, 1993).

“América Latina es la región del mundo donde existe mayor desconfianza institucional (Easterly et al., 2006; Proyecto de Opinión Pública en América Latina [LAPOP, por sus siglas en inglés], 2010), razón por la cual se convierte en una de las principales problemáticas de los gobiernos”.

La población hondureña, indistintamente de su nivel social, cada día desconfía más de las instituciones del Estado, en especial de las gubernamentales, pero también de las ONG, universidades, sindicatos, empresa privada, etc.; ya que todas, con rarísimas excepciones, son transversalmente cruzadas por diversos actos de corrupción e impunidad, con grados diferentes de intensidad y consecuencias en las mayorías más vulnerable. Estos casos han sido documentados, legalizados y denunciados en los diferentes medios de comunicación. Como efecto, esta desconfianza ciudadana, increíblemente, ha ido creciendo desde que se eligió la Asamblea Nacional Constituyente para lograr “retornar a la democracia” a partir de enero de 1982, después de 8 años de regímenes militares, similarmente corruptos.

¿Cuáles son las causas principales para que en nuestro país se haya ido generando tanta desconfianza en el sistema democrático y en sus instituciones?

Los orígenes están en la conducta social, política y cultura de los dos partidos históricos: el Liberal (de centro, con corrientes internas de diferente orientación ideológica) y el Nacional (de derecha). Ambos consolidaron un bipartidismo con posiciones ideológicas supuestamente irreconciliables durante los siglos XIX y XX. Algunas se resolvieron en las famosas montoneras, por causas que nunca tuvieron que ver con el bien común. Por tal razón, el gobierno electo, “mediante aquellas elecciones estilo Honduras” hasta inicios de 1970, fue de orientación oligárquica, aspecto que siempre asoció y complació a la élite política-empresarial de estos partidos, confabulada con un caciquismo rural terrateniente.

Esta confabulación nunca favoreció los intereses de la mayoría, produciendo una de las mayores desigualdades y pobrezas del continente americano hasta hoy. La desigualdad es necesaria para los políticos como instrumento de enriquecimiento y control social, ya que reproduce la dejadez y el abandono crónicos del pueblo de a pie: el eterno perdedor de las elecciones; pueblo que, como zombi, sigue siendo el soporte permanente de estas elites “dizque contendientes”, pero siempre ganadoras, sin importar los resultados electorales.

La ruptura del bipartidismo con el surgimiento y poder electoral del Partido Libre no provocó ningún cambio significativo en el comportamiento político y social de los tres partidos que son electoralmente más fuertes, pero sí ha logrado polarizar a la mayoría de los ciudadanos de a pie, haciendo más fácil su control. En este control ha sido crucial la incidencia del estamento superior militar que ha abrazado con mucha determinación las ventajas que con su apoyo incondicional obtiene de esta élite, volviéndose indispensable a la hora de ejercer el poder, proteger la corrupción y de reprimir a la oposición. Nada de esto pasa sin el consentimiento, “abierto u oculto”, del gobierno de los EE. UU.

De ahí que, en estos tres partidos, se repita la misma historia del mandamás detrás del poder: los jefes o “padrinos” vinculados o atados a las conveniencias del estado profundo del poder hegemónico mundial, en diferentes formas y por diferentes razones que sólo sirven temporalmente a tal poder.

Al respecto, hay que recordar las Catilinarias de Marco Tulio Cicerón, filósofo, cónsul, y senador romano en el año 74 antes de Cristo, quien logró vencer al golpista Lucio Sergio Catilina (“quien no era un verdadero reformador ni un defensor de la gente humilde, sino más bien un ambicioso aventurero al que seguían los endeudados, los necesitados y los expropiados”) con su elocuencia y brillante retórica, volviéndose héroe de la República. He aquí sus tres cuestionamientos al pretendido usurpador:

“¿Hasta cuándo abusarás, Catilina, de nuestra paciencia?

¿Hasta cuándo esta locura tuya seguirá riéndose de nosotros?

¿Cuándo acabará esta desenfrenada osadía tuya?”

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