La excelencia, objetivo de vida

MA/25 de June de 2024/12:15 a.m.

Nery Alexis Gaitán

En estos difíciles momentos en que la humanidad enfrenta una crisis severa de valores morales y espirituales, es urgente reflexionar y volver a establecer que la más excelsa condición humana descansa en el amor, la generosidad y la hermandad en todas sus formas. Y que la búsqueda de la excelencia en valores es lo que nos ayudará a construir un mundo más humano.

El diccionario define la excelencia como: “Superior calidad o bondad que hace digno de singular aprecio y estimación algo”. La excelencia es el grado superior en calidad; en términos humanos es excelente aquella persona que piensa, siente, hace lo correcto y por lo tanto actúa con amor.

La mediocridad es lo opuesto a la excelencia, es el actuar que no arrastra calidad en ninguna de sus formas. El mediocre es una persona que ha perdido sus valores y no está interesada en recuperarlos; todo en ella es tibio, tirando a malo, sin valor en las arcas de la vida. Es urgente huir de la mediocridad en todos los aspectos del vivir y buscar una forma más amena y justa de enfrentar los hechos de la cotidianidad.

La excelencia, en cambio, refleja una digna condición humana y su accionar está impulsado por los altos valores que dignifican la existencia. Así vemos que un padre que cultiva la excelencia enseñará valores trascendentales a sus hijos y los orientará hacia el bien y la generosidad. Un jefe que está interesado en la excelencia y calidad del trabajo orientará a sus empleados hacia lo correcto, lo eficiente, lo productivo; asimismo los tratará con justicia y se interesará en su bienestar.

La persona que cultiva la excelencia será un buen hijo, un estudiante aplicado, un formidable amigo, un excelente ciudadano, un trabajador productivo y honesto. Será un ser humano confiable y valioso en todos sus empeños.

Un dirigente de cualquier naturaleza, política, económica, social, que cultiva la excelencia, orientará a sus seguidores hacia una mejor calidad de vida haciendo énfasis en el correcto proceder que está determinado por la honestidad, la bondad, la caridad. La humildad, la generosidad, la compasión son bienes palpables en aquella persona que cultiva la perfección interior.

Los ejemplos de seres humanos que cultivaron la excelencia abundan en toda época de la historia. La madre Teresa de Calcuta, San Francisco de Asís, Moisés, Jesucristo, Buda…, todos cultivaron la excelencia espiritual en los actos de su vida; es decir, vivieron con la más próspera y preciosa condición humana.

El cultivo de la excelencia espiritual es el principio y el fin de la existencia. Los valores del espíritu son la brújula eterna que siempre señala hacia la inmortalidad del alma. La perfección interior es el resultado de lo excelso del espíritu, la mente, el corazón humanos.

Los líderes espirituales tienen una gran responsabilidad con sus feligreses ya que deben orientarlos de la forma correcta en la ruta de la excelencia para rescatar el alma del pecado y la maldad del mundo. No puede ser de otra forma porque la espiritualidad beligerante plantea que el ser humano debe perfeccionarse, eliminando el pecado, para poder acceder y gozar de la eternidad con Dios.

El cultivo de la excelencia es una decisión personal que se afianza en desarrollar una disciplina en pos de incrementar la valía humana. Así se tendrá acceso a la más alta calidad de vida posible que otorga el amor.

Es urgente, inaplazable y de forma inmediata enseñar a las nuevas generaciones el cultivo de la excelencia, que encierra el compendio de los valores trascendentes: sinceridad, honradez, caridad, misericordia, bondad, mansedumbre, humildad… que en sí contienen las diversas formas del amor.

¡Busquemos actuar con excelencia en todos los actos de nuestra vida y siempre haremos lo correcto, lo justo, lo humano! ¡Así haremos la diferencia en los predios del vivir!