INVITACIÓN A LA LECTURA

ZV/9 de June de 2024/12:08 a.m.

La lectura es un hábito personal e intransferible. Nadie lo puede realizar por nosotros. Y no es una frase hecha, adaptada de las tarjetas de crédito, sino que responde al propósito último de la lectura, el cultivo individual. Ese carácter aislado se vincula íntimamente con lo colectivo y es uno de los problemas que el conocimiento genera, pues no se hereda. Cuando se habla de la sociedad del conocimiento se olvida que, mientras que el capital se hereda, mientras que los bienes materiales se van pasando de generación en generación y hay cosas que se mantienen y no cambian, sin embargo, el conocimiento no sigue ese proceso y debe adquirirse personalmente, como tarea que uno sólo puede llevar a cabo, sin que haya otra alternativa. El conocimiento se pierde, puesto que va dentro de la persona, y es una responsabilidad individual adquirirlo. Se puede compartir, en el sentido de contar, aplicar como herramienta y podemos tener constancia de que una persona es muy leída y sabia, pero en la lectura hay una fracción que se queda en uno mismo, vive en uno mismo y muere con uno mismo, sin otra posibilidad. Por eso puede darse el caso en la historia, y la sociología así lo demuestra, de que haya generaciones que son más lectoras que otras. Una determinada comunidad puede aficionarse, por diversas coyunturas sociales, económicas, históricas, etcétera, a leer más, a estar más motivada para la lectura, y otra generación de esa misma comunidad no sentirlo así y ser totalmente ignorante o lega; por lo tanto, dócil ante la sumisión. No hay un banco del conocimiento y, aunque la informática acapare gran parte de estas aspiraciones, no será tan sencillo aplicarlo de manera empírica, darle una realización práctica. Obviamente, puede haber condiciones que impulsen el interés de una generación a leer más. Muchísimas personas de mi generación estudiamos en la universidad porque nuestros padres no pudieron hacerlo, y estos se esforzaron para que nosotros sí lo hiciéramos. O las mujeres, que son mayoría hoy día en las aulas, está claro que están ahí porque estas últimas generaciones están aprovechando la igualdad, o al menos el igualitarismo, de género de estas décadas… Bronislaw Geremek afirma que, en el curso de las investigaciones sobre el problema de la pobreza, no sólo era […] difícil establecer índices estadísticos de la pobreza material, sino que era particularmente complicado distinguir la pobreza material de los aspectos no materiales de la miseria, tales como el acceso a la instrucción, que estaba vinculado al problema de adquirir las cualificaciones profesionales y el acceso mismo al trabajo (Geremek 1999: 11).

Estas cuestiones son, sin lugar a dudas, las razones por las que a los poderosos, a las oligarquías y muy especialmente al sistema neoliberal que padecemos no les interesa potenciar la lectura y, si hay por algún casual alguna generación o comunidad que sustancialmente se ha letrado, muera –fenezca– y se lleve su conocimiento consigo a la tumba, ya que nadie podrá recogerlo y aprovecharlo. Por eso es más importante cualquier guerra que invertir en educación, en cultura, en investigación, sanidad, etcétera. Ha habido, desde luego, algunos casos –los menos– en la historia en los que excepcionalmente se muestra interés colectivo por las letras, las artes, las humanidades y la instrucción formal, pero sobre todo se han dado casos contrarios, los más, en los cuales la desgana, la apatía, la desmotivación e incluso el odio a las letras se han impuesto como sentir general. La miseria moral puede ser y es aun peor que la miseria económica. Lógicamente, esa desgana no es una casualidad, ni tampoco se explica por esa falsa relación por la que el pueblo, por ser pueblo, es vulgar, maleducado, descarado y guarda poco las formas. Poco políticamente correcto, digamos, para las componendas de palacio y las sofisticaciones de los buenos modales. De hecho, cuando se han llevado libros a barrios deprimidos, los han arrumbado en cualquier rincón y no les han hecho ni caso. Obviamente, a la gente de las clases bajas, lo que se llamaba antes lumpemproletariado, no le interesa leer, sino subsistir y, si puede ser, disfrutar.

Entonces, ¿la lectura salvará al mundo? Los que leen, ¿son mejores personas? ¿Nos hace buenos, o al menos mejores, la lectura? En específico se suele atribuir esta cualidad –como un milagro– a la lectura de poesía. Pero es una falacia. La lectura, en cualquier caso, nos vuelve críticos, es el único vehículo, el más agudo y afilado, que proporciona –o nos dispone hacia– el pensamiento crítico, frente a una sociedad y una ideología, la del capitalismo avanzado, que tiende a neutralizar ese pensamiento, engullirlo, fagocitarlo. En resumidas cuentas, la lectura nos prepara para decir no, nos ayuda a decir no en un tiempo en que el sí –el sí del asno– se convierte en una afirmación homologada, en un discurso de masas digerido y listo para el rebaño, en una aceptación, en definitiva, de la injusticia. En el conformismo. No es fácil decir no. No es fácil porque, como a las marionetas, nos mueven la cabeza y nos hacen gesticular, decir lo que ellos quieren, lo que al sistema le interesa. Luchar contra el sis-tema, ya se sabe, es una tarea inútil. Ante la manipulación de las conciencias de los medios de comunicación de masas –los mass media― y las corrientes de pensamiento hegemónicas, las maquinarias apisonadoras del poder, los holdings empresariales y
la crisis de valores permanente, vuelve la pregunta ¿qué hacer? En efecto, ¿qué podemos hacer? ¿Qué capacidad para operar, qué resquicio o intersticio, qué autoridad les queda a los sujetos sobre sí mismos ante las corporaciones multinacionales que nos imponen qué debemos comer, beber, vestir, decir o pensar? Nos configuran, nos homologan, ya lo denunció Pier Paolo Pasolini. Aunque no otorga seguridad, porque hay procesos contradictorios que para explicarlos se escaparían al propósito de estas palabras, no se me oculta que la lectura posibilita la autonomía, la independencia y la pluralidad. La quema de libros no puede ser más simbólica en su global significación. Y en tiempos de tabula rasa ideológica no es poco… En términos psicológicos, por ejemplo, la lectura y la literatura de creación ofrecen una reconsideración ante esa huida hacia adelante infinita a la que nos empuja esta sociedad. Pongamos por caso –entre otros muchos– nuestro mirar hacia otro lado en cuestiones de sensibilidad ecologista, degradación planetaria, etcétera. Evitamos los problemas a los que nos deberíamos enfrentar. No se trata de cobardía, sino del modo de resolver los conflictos o las diversas situaciones de la vida. Aunque a primera vista puede parecer la huida hacia adelante como una buena opción, a la larga nos conduce a un desequilibrio emocional, porque enmascara algún grado de depresión y porque es una forma de escapar y no reconocer o afrontar los errores, sin tener en cuenta esas señales que normalmente deberían guiarnos a enmendar nuestro rumbo. Ante situaciones conflictivas, se prefiere escapar de ellas, no resolviéndolas, y se persiste en la conducta errática. La lectura nos ayuda a afrontar esos conflictos, a detenernos y reflexionar…

Desde otro ángulo, olvidemos de una vez –desterremos– la fantasmagoría dialéctica autor/lector. No existe, pero se ha insistido mucho en esto, con cierto interés en resaltar esta entelequia. ¿Cómo se va a poner en contacto la conciencia del autor con la conciencia del lector, a través de qué extraños o parapsicológicos vínculos o mecanismos? ¿Qué diálogo telepático pueden mantener? Mantener una relación esotérica entre el autor y el lector responde a una óptica idealista, una mixtificación que ha impregnado sin ambages la historia de la literatura desde su propio nacimiento. En consecuencia, no puede tocar al lector la pericia del autor a la hora de escribir, si es que fuera capaz de conectar con él, se entiende que a través del texto. O sea, habrá conexión texto-lector si el texto cumple la función de tocar al lector, atendiendo o no a las intenciones autorales y siempre que la herramienta usada sea interpretada por el lector según su propio criterio. Repetiré algo que suele olvidarse: el texto se emancipa de su autor, deja de pertenecerle en el momento en que se hace público. Las lecturas individuales de una misma obra se disparan, como si todas fueran posibles, pero según el New Criticism debe haber una lectura objetiva, ¿o no? Para nosotros no hay duda de que un texto plantea muchas lecturas posibles, pero no todas son correctas… Esa habilidad del autor se presenta como independiente del texto.

Al objetivarse, este se analiza en su forma y en su contenido, en suma, en su estructura, pero no en sus intenciones. Estas se escapan de lo mensurable. No habría nada a lo que aferrarnos. La lectura nos acerca a lo sublime, diría Immanuel Kant, y necesita de esa Verfremdungseffekt brechtiana o efecto de distanciamiento, extrañamiento, si bien al mismo tiempo solicita vivamente de una anagnórisis o reconocimiento que la haga cercana. Ambos procesos se ponen en juego en la lectura, cuando se produce ese trasvase de los personajes hacia nosotros, por ejemplo en una novela, o de emociones, si nos ceñimos a un poema. Nos cuesta trabajo aceptar que otras voces nos fecunden, nos penetren, pero una vez que se ha conseguido, a través de la magia de la lectura, crecemos como personas, nos hacemos más audaces, nos convertimos en personas distintas, con más capacidad crítica… No mejores, lamentablemente. Pero al menos más perspicaces. Más críticos.

Se han escrito muchas recetas o beneficios de la lectura. La lectura y los bienes que otorga se sitúan muy en relación con el nivel de democracia de un país. Pero cuando hablamos de democracia, nos referimos a los sistemas posibles, efectivos, que se han impuesto al modelo de democracia liberal que se instaló a principios del siglo XXI, tras la caída de las utopías a finales del siglo XX y tras haber prescindido de pensar el mundo de otro modo. Lo que se llamó pensamiento único. Hablamos de democracias, de acuerdo, de un sistema que nace teóricamente de la meritocracia, pero que en la praxis se queda en este clasismo imperante, rampante, una suerte o sucedáneo de sistema de clases… De hecho, ¿a quién le interesó que cayeran las utopías? ¿Qué significaba el fin de los grandes relatos (1979) de Jean-François Lyotard y, por consiguiente, el fin de la historia (1992) de Francis Fukuyama? Recordemos que, en la última línea de Muerte de un viajante (1949), Arthur Miller ya criticaba el American Dream como esa gran falacia de la libertad, cuando todavía había otra manera de pensar el mundo. Linda, la mujer de Willy Loman, el personaje fracasado que se suicida para que su familia cobre el seguro de vida, monologa ante la tumba, como hablándole al difunto, y le comenta que justo ese día acababa de pagar el último recibo de la hipoteca, tras veinticinco años, y que entonces ya por fin eran libres…

Que los libros nos hacen libres, que la lectura invita a soñar, que estimula la mente, que provoca una mejora del desarrollo cognitivo, que nos abre la imaginación, que nos ayuda a expresarnos mejor, a ser más precisos, que organiza el pensamiento de manera lógica, que nos asiste en la catarsis emocional, que purga las tensiones… todo eso es más menos verídico, sin duda, y dependerá de lo que se busque en un momento determinado para entender el proceso interior de cada persona en relación con el conocimiento que le proporciona la lectura, ese paso que va de la lectura a la lección. Cuando se combina con la estética, además, se pueden multiplicar los resultados. Se ha insistido mucho, en ese sentido, en la sociedad del espectáculo, que diría Guy Debord (2000), en el divertimento como clave para enganchar a los lectores. Y es verdad, pero hasta cierto punto. Tal como rezaba la máxima horaciana, se debe enseñar deleitando o, al revés, deleitar enseñando, que para el caso es lo mismo, porque el orden de los factores no altera el producto. Hay algo que falla o que no funciona bien del todo en ese binomio, ya que históricamente ha habido muchas fallas y problemas alrededor de ese axioma. Es decir, si no nos dan más opciones, si no hay más remedio, ahí seguiríamos apostando, desde luego, pero sin ingenuidades: porque, por un lado, tras la férrea disciplina de la formación –la bildung gadameriana se esconde la solemnidad y el aburrimiento, el tedio y el disgusto, en definitiva, por la lectura; pero, por otro lado, tras la trivialidad del juego, en una sociedad donde todo debe ser ameno y divertido, también se halla la superficialidad y, en resumen, el desaprovechamiento del tiempo empleado, pues nada debe ser gravoso para el lector. Que nadie haga esfuerzos, que no merece la pena preocuparse. Dedícate a aquello que te produzca placer inmediato y, claro, desde esa óptica, los libros no tienen mucho que ofrecer, ni cómo competir. O qué decir de la poesía. ¿Cuántas personas se leen hoy día, por gusto, las Mil y una noches?
En cambio, para nosotros la lectura, fundamentalmente, es un mecanismo por el que nos acercamos al otro, un dispositivo para empatizar con esa otredad. Una tecla que hay que pulsar, activar, una palanca que accionar… Siempre como posibilidad, como horizonte de expectativas. O como quería Hans-Georg Gadamer –continuando con el hermeneuta alemán–, cuando postulaba esa fusión de horizontes donde se aúnan las necesidades e inquietudes del lector, por una parte; y su pasado y bagaje, por la otra. En tiempos de máxima velocidad tecnológica, prácticamente de instantaneidad, asistimos a la mayor desinformación posible. Pero qué dirán dentro de un siglo, ¿se reirán? Igual que ahora, cuando recordamos aquellos parámetros de velocidad del futurismo…

De igual modo, la nula empatía con el vecino, con el otro, con quienes nos rodean, no puede ser más llamativa y escandalosa. Pasamos junto a la miseria y ni nos inmutamos. El sueño de la modernidad se ha convertido impunemente en una pesadilla donde los seres humanos caminan al lado de la pobreza sin tan siquiera levantar la cabeza, acostumbrándonos a esa humillación, como la de los niños africanos hambrientos en la pantalla, famélicos, con moscas en la boca y moribundos. Ese es el tiempo que nos ha tocado vivir. La empatía brilla por su ausencia. Se habla mucho de la ética estética, ese sintagma que antepone la ética a la estética, como si la segunda parte, la estética, no fuera importante o debiera estar supeditada, pero habría que reivindicar su inversión dicotómica, la estética ética, es decir, cuando la estética necesita respirar por diferentes razones, ya sea para renovarse o ya sea porque necesita mirar hacia otros lugares, buscando otras perspectivas lingüísticas y semánticas. En ese momento, cuando un sujeto con inquietudes agarra un libro y busca sumergirse en la mirada del otro, puede darse la empatía, ese momento feliz –y ciertamente difícil de conseguir– que sólo la lectura proporciona. Es un encuentro del otro sobre un fondo aleatorio, pues no todos los libros nos proporcionan ese encuentro y a cierta edad, además, comprendemos que no dispondremos de tiempo suficiente para leer todos los libros que deseamos y, mucho peor, que tampoco todos nos interesan… Pero en ese encuentro, si es que se produce, se halla la plenitud y la felicidad. Una especie de revelación de la propia identidad al reconocernos en el otro, una reflexión sobre nosotros mismos al desentrañarnos, recuperando por diferentes trasvases tanto lo vivido en carne propia como incluso lo no vivido, lo fantaseado, lo que nos han contado, para mitigar nuestras carencias… Un descubrimiento e incluso, en términos económicos, diríamos una indemnización…

Ya concluyo. Ponerse en el lugar del otro significa entrar en otro yo, descarnarse metafóricamente y borrar la propia identidad. Eso no es tarea fácil, ya que nuestra sociedad nos llena de prejuicios y hábitos conductuales muy difíciles de eliminar. Pero el proceso de cancelación subjetiva permite que la otredad entre en nosotros y nos fecunde. Que nos fertilice. Y así nos solidarizamos con el otro. Es por eso que, como aseguró José Manuel Caballero Bonald en su discurso de recepción del Premio Cervantes, «un libro te habla, pero también te escucha, que el hecho de elegir un libro y compartir con él una aventura también supone un ejercicio de libertad». Así crecemos como personas. La poesía es un ejercicio de «generosa tolerancia», tal como formuló Francisco Brines (1984: 48), por lo que la lectura nos proporciona tolerancia y solidaridad a través de esas voces de los personajes que nos pueblan, en una novela o en un poema, y los sentimientos y emociones que expresan. Y nos enriquece. Ese es el proceso. Y eso es lo más importante.

1 Este texto fue leído con motivo de la incorporación de Juan Carlos Abril a la Academia Hondureña de la Lengua como miembro correspondiente por España, el 20 de junio de 2022. Es el capítulo introductorio del libro de ensayos La tercera vía. La poesía española entre la tradición y la vanguardia, Valencia: Pre-Textos, col. Hispánicas, 9-19.

Juan Carlos Abril (Los Villares, Jaén, España, 1974) es doctor en literatura española por la Universidad de Granada, donde trabaja como profesor titular. Ha publicado los poemarios Un intruso nos somete (1997), El laberinto azul (2001), Crisis (2007), En busca de una pausa (2018) y Poesía reunida (1997-2023) (2024). Su poesía reunida ha aparecido en México, Costa Rica, Argentina, Honduras, Ecuador, Guatemala y Perú. Ha editado la antología Deshabitados (2008), entre otras, y coordinado el volumen Gramáticas del fragmento. Estudios sobre poesía española para el siglo XXI (2011), entre otros. También ha traducido a Pasolini, Marinetti, Salgari, Michaux, etc. Forma parte de las antologías más representativas de poesía española contemporánea. En Honduras ha impartido diferentes talleres literarios en el Centro Cultural de España, y ha preparado junto a Frances Simán una antología para la editorial Polibea de poesía hondureña actual, que aparecerá en 2024. Desde 2022 es miembro correspondiente por España de la Academia Hondureña de la Lengua. Crítico literario, destacan asimismo los ensayos Lecturas de oro. Un panorama de la poesía española (2014), El habitante de su palabra. La poesía de José Manuel Caballero Bonald (2018), Panorama para leer. Un diagnóstico de la poesía española (2020) y La tercera vía. La poesía española entre la tradición y la vanguardia (2024). Dirige la revista Paraíso.