SEQUÍAS Y TORMENTAS

ZV
/
30 de junio de 2024
/
12:01 am
Síguenos
  • La Tribuna Facebook
  • La Tribuna Instagram
  • La Tribuna Twitter
  • La Tribuna Youtube
  • La Tribuna Whatsapp
SEQUÍAS Y TORMENTAS

DA la impresión que países tropicales como el nuestro, en los decenios que corren, entrelazan, anualmente, tres temporadas peligrosas: Las primaveras secas y humeantes; los veranos lluviosos; y los otoños altamente tormentosos, motivos por los cuales los problemas bronquiales y respiratorios están a la orden del día. Los incendios forestales y las humaredas generan angustias asfixiantes. Las lluvias provocan inundaciones y deslaves en distintas intersecciones geográficas, con muertes inesperadas. Y los huracanes y sus respectivas tormentas tropicales arrasan con todo lo que encuentran a su paso, destruyendo las infraestructuras físicas de diversas regiones y subregiones.

A lo anterior se suman las enormes pérdidas, anuales e interanuales, de las cosechas de maíz, frijoles y otros productos de la canasta básica familiar, obligando a que las sociedades productoras de granos y cereales importen del exterior hasta los indispensables frijoles, incluyendo, extrañamente, la importación de bananos, en un país que allá por 1925 exhibía a la aldea de La Lima, en el litoral atlántico de Honduras, como la “capital del banano” a nivel mundial, por la producción y cuantía en las exportaciones de este rubro que además de alimento es un postre exquisito para diversos paladares del mercado internacional. Desde luego que los huracanes han azotado, durante décadas, las plantaciones bananeras de las empresas transnacionales y de los finqueros independientes y de las cooperativas organizadas con tal fin. Pero también se han sumado otros motivos que aquí sería prolijo enumerar.

Lo que debe quedar claro es que estamos lejos de convertirnos en una sociedad con capacidad de hacerles frente, con éxito comparativo, a todos los siniestros naturales (algunos provocados) que experimentamos en las tres temporadas anuales que arriba se señalan. Mucho menos para sortear los huracanes cíclicos que arrollan en el horizonte cada veinte años aproximados, unos más recios y desastrosos que otros.

Aquellos países tropicales, especialmente los que están localizados frente al Mar Caribe o en las proximidades de la desembocadura del río Ganges como en el caso de la República de Bangladesh, allá en el Oriente Meridional, debieran crear unas infraestructuras sólidas con el objeto de aprender a sobrellevar, en el mediano plazo, los siniestros de cualquier especie, sobre todo en lo tocante a los huracanes, ciclones y tormentas. Un ejemplo digno de imitar es el de Japón, pues allá han determinado construir todas sus casas y edificios a prueba de terremotos, dada su dolorosa y aleccionadora experiencia milenaria.

Los catrachos, en Tegucigalpa y Comayagüela, o bien soportamos situaciones asfixiantes con las quemas y humaredas primaverales o, por el contrario, experimentamos los consabidos derrumbes o deslaves de tierras (de aluvión) por causa de los aguaceros, inclusive en las calles con pavimento y quebradas embauladas. Otro tanto ocurre en San Pedro Sula y en varios puntos de la zona occidental, a lo cual se adicionan las consabidas catástrofes recurrentes en los departamentos de Valle y Choluteca, en la zona sur, que también afectan a los pobladores de la hermana República de El Salvador.

Resulta difícil predecir el día lejano en que los hondureños y otros vecinos regionales, estaremos acaso preparados en dirección a neutralizar o mitigar los incendios, sequías y humaredas, lo mismo que las lluvias tormentosas que además de destrucción material se llevan de encuentro las preciosas vidas de muchos paisanos dignos de mejor suerte.

Más de Editorial
Lo Más Visto