Clave de SOL: José Antonio Peraza y “Doña Lucila”

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30 de junio de 2024
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12:03 am
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Clave de SOL: José Antonio Peraza y “Doña Lucila”

Por: Segisfredo Infante

“Honduras Literaria” fue una revista de la UNAH que dirigió con buen suceso el poeta y narrador Oscar Acosta, en la década del sesenta del siglo veinte. Casi estoy seguro que encontré, en mis años mozos, unos ejemplares desperdigados de aquella revista. No recuerdo si en la Hemeroteca Nacional o en otros rincones polvorientos. Ahí leí por primera vez un poema de Medardo Mejía titulado “El alto lírico de Águilas y Cóndores”. También me topé con los dos sonetos famosos que se cruzaron Luis Andrés Zúñiga y Juan Ramón Molina: “Todo es nada” y “Nada es todo”.

Ahora que he vuelto a revisar unos ejemplares empastados de aquella revista básicamente literaria, he reparado en varios detalles interesantes: En un ensayo de Malcolm D. McLean informando sobre la presencia de un escritor estadounidense: “O. Henry en Honduras”, respecto de cuyo contenido me referiré en otro artículo. Un texto largo del escritor nicaragüense Ernesto Mejía Sánchez bajo el título de “Rafael Heliodoro Valle, ciudadano de América”, en donde enaltece al escritor hondureño con las más hermosas palabras. A la par sabemos que el nicaragüense Ernesto Cardenal le dedicó un bonito poema a Marilyn Monroe, en ocasión de su fallecimiento. Pero nada sabíamos de “tres instancias” poéticas improvisadas que el hondureño Jaime Fontana suscribió en memoria de Marilyn Monroe, en “Honduras Literaria”, de mayo y junio de 1964.

Vale la pena decir que por ahora lo que deseo es poner de relieve un texto de Antonio Peraza, a propósito del fallecimiento de la novelista y cuentista Lucila Gamero Moncada de Medina. Peraza era de la masonería de San Pedro Sula, en donde probablemente trabó amistad con mi señor padre: un masón convencido, vicecónsul de España en la zona norte, y un permanente exiliado de las huestes republicanas transterradas en América Latina. Quisiera pensar que mi padre era de los republicanos buenos, según me lo han relatado quienes lo conocieron de modo personal, entre ellos don Antonio José Coello, que en paz descanse.

Peraza exteriorizó, parte de sus opiniones, de la siguiente manera: “Doña Lucila pertenecía al barro indestructible de los Dioses del Olimpo. Su clara inteligencia, su nobleza de alma, su amor entrañable por su pueblo natal y su familia, su predilección por las letras que la hicieron transformarse en una mujer de excepcionales virtudes. Descendiente, por la sangre, del Doctor Manuel Gamero, uno de los hombres más eminentes de nuestra política, y hermana carnal del Maestro Adalid y Gamero, tan de grata recordación para nosotros, no cupo más en el círculo estrecho de los vivos, y el 23 de enero de 1964, levantó su vuelo hacia la eternidad, dejando consternados a todos sus devotos admiradores y amigos. La ciudad de Danlí ha quedado sola, llorando la triste partida de quien fuera el mejor pregón de sus costumbres y la mejor intérprete de su historia. Por lo avanzado de su edad, doña Lucila recopiló en su vida los acontecimientos más importantes de tres cuartos de siglo de nuestra patria, y estoy seguro que, con la sensibilidad espiritual que poseía, muchas veces se echó a llorar frente al atraso cultural de nuestro país, cuyo grito de rebeldía se nota en el contenido literario de la mayor parte de sus novelas. Es muy triste y muy duro pensar en nuestra tierra, y dirigir la mirada hacia el atraso cultural en que se encuentra. Es posible que Honduras haya progresado materialmente, pero no sucede así en lo que toca a la parte espiritual. Hagamos un poco de historia y retrocedamos a los tiempos del Doctor Marco Aurelio Soto, cuando la propia Casa Presidencial era escenario de notables torneos literarios. Aquellos tiempos en que lucían su ingenio Manuel Molina Vigil, exquisito poeta; José Joaquín Palma, el Ruiseñor de Bayamo; y Ramón Rosa, notable prosista e historiador. Cualquier comparación que en materia de buenas costumbres y nobleza de espíritu hagamos ahora con aquel tiempo, saldríamos muy mal parados. Doña Lucila fue la última representante de esa época de hidalguía y pundonor; y es muy posible que difícilmente volvamos a recobrar ese prestigio perdido. El mundo ha cambiado mucho, y ahora vivimos en los tiempos de la máquina, que no tiene ideales, pero que paga con abundancia.” (…) “Honduras ha perdido a una de sus hijas predilectas. Euterpe está de duelo y Melpómene se encuentra inconsolable. Queda a los amigos de doña Lucila seguir su huella y guardar inalterable el tesoro de su recuerdo. Nosotros enviamos nuestra sentida condolencia a sus familiares, y con pena en el alma decimos como en el Epitafio de las Tumbas Romanas: “Sit tibi terra levis” (Que la tierra te sea leve).” “San Pedro Sula, enero de 1964”. Es prudente reparar en la fecha de publicación del artículo y de la revista, y recordar que Ramón Oquelí postulaba a José Antonio Peraza Casaca como “el mejor cronista de su época.”

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