SUBSISTENCIA RURAL

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23 de junio de 2024
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12:13 am
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SUBSISTENCIA RURAL

HUBO un tiempo en que se consideró que las encuestas de hogares en Honduras eran de las mejores que se elaboraban en América Latina. Es posible que esa consideración continúe siendo una verdad. Pero no es nada descartable que siempre se escapen unas pocas variables que en el terreno de los hechos pasan desapercibidas.

Al hablar de “subsistencia rural” incluimos a los segmentos poblacionales que habitan en las periferias de las más importantes ciudades hondureñas, en donde los campesinos (y campeños) continúan conservando las viejas costumbres productivas en donde se combinan las tareas propias de los micronegociantes urbanos con las tradiciones oriundas de las zonas rurales, y de las plantaciones. Un ejemplo concreto es que varios trabajadores al finalizar sus jornadas diurnas, sean formales o informales, se desplazan por las tardes o los fines de semana, hacia los claros del bosque de Tegucigalpa y Comayagüela, a cultivar frijoles, butucos, mínimos, yuca e inclusive maíz, en pequeñas cantidades, que apenas permiten engrosar los escasos ingresos familiares. Desde luego que son comparativamente pocas las personas que alternan tales actividades económicas, salvo que se trate de los pequeños municipios costeños y del interior del país, en donde predomina la actividad agropecuaria, incluyendo la nunca desarrollada diversificación agrícola. De ahí, en parte, provienen las humaredas en los meses primaverales de cada año.

Un economista egresado de la UNAH y más tarde de INCAE, que nunca olvidó sus orígenes humildes, publicó hace pocos años un libro cargado de consejos para manejar correctamente las economías familiares de los hondureños, especialmente de los de clase media, cuyos integrantes suelen caer en las tentaciones del despilfarro sin prever los desajustes financieros al final de cada mes. Este libro significó un refuerzo a las conocidas encuestas de hogares, en tanto que reparó en los detalles de los ingresos y egresos acostumbrados de los hondureños, quienes parecieran carecer de capacidad de ahorro.

Pero mejor escudriñemos los mecanismos de subsistencia de los campesinos y micronegociantes suburbanos. No tienen, por regla general, un ingreso fijo. Son vendedores ambulantes o trabajan a destajo en los potreros y en las socolas de bosques que se convierten en milpas, arrozales y frijolares de los verdaderos propietarios. Descansan por un tiempo y luego se mueven, en épocas de cosecha o de zafra, hacia los cafetales y otras industrias agroexportadoras como la caña de azúcar y la palma africana.

La pregunta que emerge en este contexto es de qué viven estos campesinos cuando no están haciendo nada. Aparte de jugar futbol por las tardes y consumir (de contado o al crédito) bebidas espirituosas muy fuertes, a veces cultivan unas subespecies de “cusules” con maíz y frijoles cercanos a sus hogares, con el objeto de tener bastimentos en momentos de crisis. Entonces son las amas de casa las que sortean el problema lavando ropa, cuidando gallinas ponedoras, criando cerdos y vendiendo “chucherías” en las carreteras y caminos. De vez en cuando aparece un huevo picado acompañado de frijoles en los platos de los hijos. Otras veces comen tortillas con sal, o guineos verdes, un pedazo de panela o unas milagrosas rodajas de tomate envueltas en las mismas tortillas. Este quehacer económico de nuestras mujeres rurales y suburbanas, muy raras veces es contabilizado correctamente, como tampoco se contabiliza el valor de la propiedad del terreno en donde han construido sus casitas y sus ranchos, a menos que sea para clavarles un impuesto sospechosamente injusto.

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