El gobierno de Tiburcio Carías Andino, un guerrillero y sobrio patriarca

ZV
/
4 de mayo de 2024
/
12:11 am
Síguenos
  • La Tribuna Facebook
  • La Tribuna Instagram
  • La Tribuna Twitter
  • La Tribuna Youtube
  • La Tribuna Whatsapp
El gobierno de Tiburcio Carías Andino, un guerrillero y sobrio patriarca

Carías y los miembros de su gabinete ministerial.

William Krehm (*)

En la escala del peso físico, Tiburcio Carías Andino es, con ventaja, el presidente más grande de América. En su presencia uno se da inmediatamente cuenta del triunfo de la materia sobre el espíritu: la pesada bola de su cuerpo remata en una cabeza terca y obtusa. Dícese que en su juventud era capaz de romper un rifle sobre la rodilla: ahora cuando da la mano, deja los huesos machacados.

Nació hace unos sesenta y ocho años como miembro de una familia numerosa, con abundante sangre india y negra, y feroces ambiciones de clan. A los diez y seis años sirvió como ayudante de cocina en una banda de las guerrillas liberales, capitaneadas por sus hermanos. En la guerra de 1907, en la que el dictador nicaragüense Zelaya ayudó para que los liberales llegaran al poder, Carías mandó un destacamento liberal. Sus estudios fueron interrumpidos para ir a la guerra, y en cuanto los liberales llegaron al poder lo recompensaron con el grado de Leyes. En América Central los abogados llevan el título de Doctor y, en virtud de su grado espurio, Carías lleva el doble prefijo de “Doctor y General”. Sin embargo, su carrera como jurista fue corta: tuvo un asunto y lo perdió.

Dos décadas de actividad revolucionaria, como liberal, no lo llevaron a ninguna parte. Sin resultados efectivos, decidió entonces cambiar de caballo. En 1923 fue candidato nacionalista (conservador) a la presidencia; y aunque no tuvo mayoría, logró la votación más amplia de los tres candidatos. En la guerra civil subsiguiente, Tegucigalpa fue bombardeada por sus aeroplanos, y de allí salió como el auténtico hombre fuerte respaldado por la United Fruit Co. Pero en 1924 y luego en 1928 conoció el amargo gusto de la derrota electoral. El país no se daba prisa alguna en reconocer a su salvador.

Durante estas décadas de intentos fracasados Carías era un hombre pobre. Estaba sostenido por su mujer; que poseía una pequeña fonda o merendero en Zambrano, en la carretera septentrional. Sus días transcurrían tendido en una hamaca, o bien dedicado a cuidar un pequeño huerto de verduras, a la manera de Cincinato de vuelta de la guerra.

Pero a fin de cuentas la fortuna le sonrió. Cuando fue exaltado al poder por el Trust bananero, diversos factores concurrieron para asegurarle un prolongado dominio. La expansión del totalitarismo le ofreció un modelo y un apoyo propicio; el Buen Vecino le procuró armas y apoyó su régimen, moral y financieramente. Las dictaduras perennes que se asentaron sobre el Istmo, durante la cuarta década (los “treintas”) de este siglo, coordinaron su represión y mutuamente se cubrieron los flancos.

Además, había la fuerza aérea. En noviembre de 1932, después del triunfo “electoral” de Carías, un sector de la oposición liberal se alzó en armas y marchó sobre la capital, desde San Lorenzo. Un arriesgado piloto de Nueva Zelandia, Lowell Yerex, que había fundado una pequeña compañía de aviación, los Transportes Aéreos de Centro América (TACA), se alió al Gobierno en la hora de peligro. Los dos aeroplanos de Yerex se armaron en El Salvador, hicieron reconocimientos en las líneas enemigas y ametrallaron a los rebeldes en El Sauce. En la lucha Yerex perdió un ojo, pero sus aeroplanos lograron dispersar a los rebeldes, cuando ya estaban a las puertas de la victoria.

A cambio de su ojo Yerex recibió una jugosa concesión que dio origen a la fenomenal carrera de la TACA. Transportando por el aire armas, licores, mercaderías y la pesada maquinaria de las minas de oro, remediando la falta de caminos mediante los aviones que surcaban el cielo hondureño, la TACA se convirtió en una institución única, primero en Honduras y después en toda Centro América. Pero los hondureños nunca han olvidado la forma como empezó sus actividades esta empresa. Sólo cuando la Transcontinental and Western Airways de los Estados Unidos adquirió intereses para controlar la explotación y eliminó a Yerex de la Gerencia, pudo la TACA hacer las paces con el pueblo hondureño.

Tiburcio Carías Andino fue elegido en 1932 para un mandato de cuatro años, bajo unas normas constitucionales que prohibían la reelección. Mediante una serie de enmiendas a la Carta Magna del país, su Congreso le permitió continuar ocupando el Palacio presidencial hasta 1949. Nunca hasta entonces en la historia de Honduras un Presidente se había aferrado a un segundo período y sobrevivido el fin de él.

Desde 1932 no ha habido elecciones al Congreso. La autonomía de las ciudades más populosas quedó suprimida. En 1933 se puso en vigor el uso de pasaportes internos. Con breves intervalos la ley marcial fue mantenida desde el momento en que Carías subió al poder hasta la primavera de 1946, en que Spruille Braden, Secretario adjunto de Estado en Norteamérica, hizo presión para que se liberalizara el régimen. El turista que visita la Jefatura de Policía de la capital con objeto de recoger uno de los tres sellos indispensables para su pasaporte advierte un cuadro animado, aunque caótico del sistema penal hondureño. El aire está lleno con el tableteo de las marimbas, el rasgueo de las guitarras y la flatulencia de las trompetas: los prisioneros, en sus celdas del piso bajo, practican sus lecciones de música, y hacen saber al visitante que el progresivo régimen del doctor y general Carías se asegura la colaboración de las musas para redimir a sus ciudadanos descarriados. Pero hay otras prisiones que no se enseñan a los turistas. En la Penitenciaría de la capital cientos de prisioneros políticos se pudren en húmedos calabozos. Algunos arrastran cadenas a las cuales van sujetas bolas de hierro de sesenta libras; otros se ven obligados a permanecer con el rostro hundido en la tierra humedecida del pavimento, con un peso en la espalda, durante interminables semanas. Hay una silla eléctrica cuyo voltaje es insuficiente para matar, pero lo bastante fuerte para despertar la lengua, y celdas donde no se puede estar ni de pie ni echado. Muchos de los reclusos han perdido la razón, y otros han muerto. Los azotes se administran con un látigo denominado “verga de toro”, hecho con el órgano genital de una res, distendido y seco, con un alambre atravesando su canal.

En 1934, cuando el gobierno empezó a preparar unas elecciones que nunca llegaron a celebrarse, el periódico oficial “La Época” avanzó la teoría de que el “crimen útil” es necesario para la salud del Estado. No era ésta, precisamente, una declaración hueca: Carías eliminaría a sus adversarios inexorablemente, dentro y fuera del país. En 1938 los generales liberales Justo Umaña y M. A. Zapata fueron asesinados en Guatemala por los pistoleros de Jorge Ubico, en inteligencia con su camarada de Tegucigalpa.

Un mísero poblado alrededor del castillo de un barón de polendas. Su lánguido encanto deriva del hecho de que ha cambiado muy poco desde los tiempos coloniales. Las calles, empinadas y tortuosas, están construidas para los asnos: no para los automóviles ni las personas. No hay una sola pavimentada a la moderna; durante la estación lluviosa corren por ellas torrentes de lodo y agua. Durante trece años Carías sólo ha empedrado unas pocas. También ha acondicionado una estrecha plaza con grotescas imitaciones, en concreto, de ruinas “en estilo maya”. Terminó además un puente comenzado antes, para enlazar la capital con la polvorienta Comayagüela, al otro lado del río, y se hizo erigir un busto en la plaza central de dicha población.

La despedazada carretera de Tegucigalpa al Golfo de Fonseca se encuentra en peor estado que hace una década. En los últimos trece años las únicas obras viales dignas de mención se reducen a la Carretera Interamericana que rodea el Golfo de Fonseca (y fue pagada casi en su totalidad por los Estados Unidos), y otra a lo largo del lago Yojoa, a su vez financiada del principio al fin por Washington. Además, el único Instituto educativo que se ofrece a la publicidad es la espléndida Escuela de Agricultura, establecida en Zamorano por la United Fruit Cómpany. En esta obra los políticos hondureños no han tenido otra participación que la de vanagloriarse de ella. En medio de tal desolación, las pretensiones de Carías como un “hombre providencial” resultan ser un tanto desmesuradas.

El doctor y general Carías es un hombre de gustos simples, cuyos años de poder no han logrado despojarlo de su condición de rústico guerrillero. Hace un decenio un secretario nicaragüense le enseñó a llevar bastón y leontina, e incluso le convenció para que redujera sus fieros mostachos y proporciones adecuadas. El mismo secretario aconsejó también a la señora de Carías respecto a modas y peinados. Pero esta era una capa de barniz delgada y frágil, que pronto se quebraba. Es proverbial en don Tiburcio recibir a los diplomáticos con una barba de dos días. Su vida semeja la de un patriaca sobrio: nunca fuma ni bebe, e impone este mismo código puritano a las gentes que lo rodean. Cuando puede, despacha los asuntos de Estado mucho antes del mediodía, y pasa el resto de la jornada en su granja Villa Elena, que lleva el hombre de su esposa. Con razón está orgulloso de esa finca, lo mismo que de su rancho La Moderna en Guasculile, y de otras propiedades extendidas a lo largo de la carretera septentrional. A esas fincas ha llevado ganado de importación, de pura raza, e introducido modernos métodos de cría. Esta es, en efecto, su única contribución al fomento económico de Honduras. Fuente (Blog de Anarella Vélez, Facebook)

(*) ex-corresponsal de la revista “Time”.

Más de Anales Históricos
Lo Más Visto