Segunda oportunidad

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25 de noviembre de 2021
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12:01 am
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Segunda oportunidad

Por: José Jorge Villeda Toledo

Todo empieza en un pueblo sedentario cuyo nombre, como en el cuento cervantino se pierde en nuestra memoria, lleno de árboles en una selva vasta y virgen mesoamericana que se fue habitando de caminantes venidos del norte hace muchos milenios en el aposento tranquilo de los guacamayos de colores. Pareciera que a las guaras las pintaran con pigmentos vivaces para que el verde dominante no tuviera el remordimiento de las especies y pudieran aletear hacia la copa de los pinares alcanzando las alturas, pero ese día, como atraídos por un hedor sanguinolento, su plumaje se batió en vertical hasta caer en picada cerca de la edificación mayor donde los arquitectos de la piedra habían esculpido jeroglíficos en estuco que indicaban el aposento real. Ese aciago momento contrastaba con el sol radiante que había hecho el día de su coronación como rey y, que sin él saberlo, representaba el final de la dinastía después de que nueve soberanos lo habían precedido desde 1982… en esa fecha, el ave sagrada multicolor había estado muy quieta posada en los árboles vecinos, con sus alas sin aletear, con su pico sin picotear y sin el mayor aspaviento en su casi metro de largo como queriendo contribuir a la solemnidad de la ceremonia que se efectuaba en el templo religioso encaramado en lo más alto de una empinada pirámide donde los sacerdotes coronaban con un penacho con jade y adornos de jaguar al nuevo monarca, mientras el pueblo allá abajo en la gran explanada, explotaba de júbilo al momento que levantaba el bastón de mando que le daba poder y omnipotencia pero, el reino de 2010 al 2014, fue el que soportó la peripecia de la dinastía al echarle cerrojo a las tres aldabas con que los reyes se guardaban de los traidores de casa y de los enemigos de la guerra. El primer cerrojo desarrolló aún más esa civilización sabia esculpiendo en piedra, pirámides y estelas, con los más avanzados calendarios cuyos jeroglíficos llegaron a predecir el fin del mundo, el segundo cerrojo inició la decadencia que echó por los suelos lo construido al asomarse profecías preñadas de epidemias, plagas y hambruna y, con el tercer cerrojo, llegó el colapso total que arrancó de tajo las raíces de la nueva siembra para consumirse en una tierra árida, seca, incapaz de dejar huella en aquel remolino de desgracias que solo hizo presagiar la muerte de un último golpe de Estado. Todos abandonaron el lugar dejándose llevar por un viento huracanado que los hizo perderse en el confín de un presagio milenario. Pero antes de que los tres cerrojos nos pudieran heredar ese maleficio, este último rey tuvo que ser inmolado por la traición y la avaricia de quien se creía con derecho a sucederlo sin el permiso y los cánones de los dioses; allá, a lo lejos, se veía al que lo había traicionado cubierto por las sombras de la noche, agazapado cerca de la Acrópolis, esperando que el sumo sacerdote ordenara el templo para que se cumpliera la extraña sucesión al nomás despuntar el sol primero. El rey moribundo, en la morada que le servía como cárcel, lucía una herida de lanza en el costado y otra provocada por un hacha de piedra que lo hacía agarrarse las tripas con las manos y sollozar con lágrimas de dolor sin poder quitarse ese mal olor a muerte que, en su lenta agonía, lo acercaba al inframundo. Hasta ahí, la imagen se desvanecía, se perdía como queriendo asirse al futuro y llegar a nuestros tiempos en forma de una elección fraudulenta y poco después en una reelección que prohibían los libros sagrados.

Se durmió plácidamente. No era su costumbre hacerlo de madrugada y mucho menos despertar de sopetón por sueños perdidos y agoreros, pero clarito había visto al último rey de la dinastía boqueando sangre y extendiendo desesperadamente sus manos como queriendo alcanzar las suyas en un sueño que ya se antojaba pesadilla. Era el presagio que había viajado más de un milenio queriendo aterrizar en un aposento real para que algún gobernante se hiciera cargo de la predicción milenaria, sin embargo por cansancio o confusión lo había hecho en la casa del dueño de las armas. Pensó en el presagio y en el castigo. ¿Podría alguien, a miles de años luz, predecir epidemias, plagas, hambrunas y provocar el colapso total? En 2021 se volvió a dormir y volvió a soñar. Quizá así, revertía el presagio viendo a la gente con sus bolsas solidarias, a las empresas producir para contribuir, a los mitómanos multiplicarse y volver, al Congreso legislar, a todos trabajar, a los políticos sin pisotear y sudó a chorros, cuando vio un país rico al llevar al paredón a los ladrones del Estado, donde él sería el primer ejecutado… y clarito vio una muchedumbre en los bajos del Congreso con un inmenso rótulo y una frase prestada que alertaba: “¡Un pueblo testarudo no puede tener una segunda oportunidad sobre la tierra!”.

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